Definición de Belleza

De las diversas reflexiones que suscitaron las vicisitudes del devenir del arte, una de las más conspicuas fue la que se centraba en el problema de la belleza. La delimitación de los aspectos que conferían belleza a una obra en particular puede rastrearse hasta la antigüedad, en las consideraciones de los sofistas y, con posterioridad, en las de Platón y Aristóteles.

Como era de esperarse, estas especulaciones no se agotaban en la práctica del arte, sino que propendían a una consideración global del problema. Sería pretencioso dar cuenta exhaustiva de los diversos matices que la especulación alcanzó en los albores de la cultura occidental. Basta señalar que se impuso el concepto de “armonía”, “orden” y “simetría” para dar cuenta de aquello en que radicaba la belleza. Así, por ejemplo, un rostro puede ser bello por guardar la noción de simetría, mientras que un cuerpo por la proporción que guarden sus partes. Este concepto se fundamentó en especial en la llamada «escuela pitagórica», en la cual la belleza se amalgamaba con las concepciones numéricas y geométricas. Vale recordar que los seguidores de Pitágoras reconocían en los cinco sólidos regulares (tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro) verdaderos símbolos de belleza que se homologaban a su vez con los cinco elementos (agua, tierra, aire, fuego y el mítico «quinto elemento»).

Con el advenimiento del cristianismo, la idea de Dios fue determinante para caracterizar a lo estético. Así, la belleza del mundo sensible consta de llevar la impronta de la voluntad divina: el orden presente en la naturaleza, que en la antigüedad se consideraba el sustrato de lo bello, era la expresión de la inteligencia del Creador. De esta manera, por ejemplo, una de las vías de Santo Tomás para la demostración de la existencia de Dios consistía en asociar al orden terrenal con la voluntad de una conciencia superior. Incluso numerosos cánticos empleados en la música sacra refieren que «muestra Tu grandeza la hermosa Creación», al señalar a la belleza de todo lo existente como una representación de la Inteligencia sublime del Dios Creador.

El Renacimiento, por su parte, volvió a tomar el concepto de belleza que predominaba en la Grecia clásica; el intento de respetar formas y guardar proporciones cobró nuevamente vigor y se proyecto en expresiones artísticas que aun guardan su vigencia. Un ejemplo claro de la importancia que se le otorgaba a una forma armoniosa puede darlo “el hombre de Vitrubio”, de Leonardo Da Vinci, donde se establecen las proporciones humanas. En efecto, la pintura renacentista, y por extensión las demás artes, retomaron el ideal del cuerpo bello, armonioso y simétrico presente en la cultura grecorromana. De esta etapa surge además el estudio anatómico destinado a dar lugar a un mayor respeto por las proporciones, puesto en evidencia en la escultura y en los grandes aspectos artísticos de la época.

Se advierte que en el movimiento barroco, la belleza tomó una consideración distinta que se ha repetido en otras etapas de la historia del arte. Así, mientras que la belleza de la Grecia clásica o del Renacimiento se dirigía a la armonía y las formas (belleza apolínea, en referencia a la figura del dios Apolo), los hombres del barroco reconocían una belleza profana presente incluso en aspectos como la melancolía, lo poco agraciado y hasta lo grotesco (belleza dionisíaca, en referencia a la figura del dios Dionisio o Baco). De este modo, suele señalarse que, ante una imagen de la naturaleza, los movimientos clásicos reconocen la belleza de una rosa, mientras que los cánones barrocos advierten la belleza tanto en la rosa como en el barro en el cual se asienta.

Más allá de las diferencias que el concepto pudo ostentar a lo largo de la historia hasta la consolidación del renacimiento, cabe destacar que siempre mantuvo un rasgo fundamental como permanente: la idea de univocidad. En efecto, hasta ahora, la concepción de lo bello conducía a intentar descubrir patrones universales, que a pesar de ser discutibles, conllevan una noción de absoluto; aun es impensado considerar a lo bello como algo socialmente determinado. Será el siglo XX en donde estas perspectivas cobren mayor vigor, dejando de lado a las concepciones de la antigüedad y el Medioevo. En el presente tiempo, debe admitirse la paradoja de la belleza entendida de modo diferente por cada una de las culturas del globo, pero inmersa en la idea moderna de la globalización. Ciertos patrones de belleza propios de la cultura occidental han comenzado a difundirse en las distintas naciones de la Tierra, para dar lugar a algunos «patrones universales» de belleza, tanto en relación con las artes (pintura, escultura, literatura, cine, teatro e incluso el denominado arte digital) como en lo relacionado con los cánones de belleza física, tanto en varones como en mujeres. Acaso el mejor modo de comprender el complejísimo concepto de la belleza sea reconocer el fuerte componente subjetivo de esta idea abstracta, que varía de persona a persona en todas las sociedades.

 
 
 
 
Autor: Gabriel Duarte.

Trabajo publicado en: Sep., 2008.
Datos para citar en modelo APA: Duarte, G. (septiembre, 2008). Definición de Belleza. Significado.com. Desde https://significado.com/belleza/
 

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